13/1/15

El ciego maravilloso de Los Negros

La posible cura se hace esperar ocho años. Mientras, la familia le enseña a leer, escribir y a tocar el tres. La ceguera vio el don de creación instantánea que salía por los poros y le dio la mano.

Adyanis Castillo Licea (Periodista)

El padre espera impaciente. Es martes 30 de enero de 1968. En la sala de la casa, la mejor de las noticias; la madre, desde su pequeño cuarto, en medio de la montaña, acaba de dar a luz dos kilogramos de vida.

Más tarde el médico diagnostica una catarata congénita en el pequeño Liosmar Martínez Ramírez, pero no prescribe que la guitarra y la improvisación serán sus mayores pasiones.

La posible cura se hace esperar ocho años. Mientras, la familia le enseña a leer, escribir y a tocar el tres. La ceguera vio el don de creación instantánea que salía por los poros y le dio la mano.

Inteligencia, humorismo y nobleza de alma le son innatos. Recuperar en grado la vista, gracias a una operación, fue un regalo de la vida que le permitió a Liosmar estudiar solo hasta sexto grado.
Para entonces sabía que su destino era el repentismo. Con la guitarra a cuestas, las ideas en espera y la mayor disposición, es un simpático fantasma de aquí y allá.

Invisible se hace la discapacidad física de Liosmar al tocar música tradicional cubana con su trío “Identidad”; al improvisar en solitario las décimas ocurrentes, que sin escuela, están fecundadas de aprendizaje y contenido.

Al día, al crepúsculo, a la naturaleza, al hombre, entrega ahora su mirada. Liosmar Martínez no tiene fronteras para crear, al primer llamado asiste majestuoso. ¿Qué se puede esperar de un hombre que cultiva su espíritu y se dedica a su madre enferma?

Como tantos otros ha sido víctima de la mirada fatídica y el pensamiento disfrazado de algunos, pero este humilde hombre camina seguro por las calles, desafiando el presente.

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